Blanco.

El frío cercaba al chico, que corría desesperado en medio de la tormenta de nieve. A su alrededor, solo un manto blanco y que se mostraba como eterno se extendía ante sus ojos.
Él sabía que tenía que salir de allí, que necesitaba una huida hacia adelante porque de lo contrario solo podría esperar a que su cuerpo se tensara y dejara escapar la última pizca de calor existente en él.

Sin embargo, el muchacho, que corría y corría sin parar, no se había detenido hasta el momento para pensar hacia donde podría ir, cual era dirección que debía seguir.
Dio unos pasos más y se detuvo. Alzó la cabeza y puso la mente en blanco mientras la nieve comenzaba a cubrirle rápidamente. Sus ojos escudriñaron el horizonte tratando de buscar una pista, un rastro, algo que le diera la esperanza de mantenerlo con vida al menos unos minutos más.

Entonces, durante unos instantes que a ojos del mismísimo creador del tiempo habrían parecido siglos, aquel chico casi hipotérmico cerró los ojos y pensó. Pensó con todas sus fuerzas en quienes quería y alguna vez quiso. Pensó en todas y cada una de las personas que alguna vez le habían ayudado o él había echado una mano con lo que fuera. Los llevaba en lo más profundo de su ser. Pero su último pensamiento, antes de volver en sí, fue para la nieve.
"Que irónico, siempre me gustó la nieve, tocarla, jugar con ella, verla caer y sentirla deslizándose por todo mi cuerpo...como la lluvia, que me hace sentir libre siempre. Y ahora estoy aquí, a punto de caer ante ella. Pero no se lo pondré tan fácil."

 Súbitamente, sintió que de un extraño modo, su cuerpo y su alma se fusionaban con el congelado ambiente y abrió los ojos. Parecía que...o no. Como el náufrago que ve un barco en el horizonte o el caminante perdido del desierto que encuentra un oasis, él había visto, o eso decían sus ojos, una titilante luz en la distancia. Apenas perceptible y perdida en varias ocasiones, comenzó a caminar hacia ella. Daba igual si le conducía a la muerte, daba igual si le devolvía a la vida. Lo más primario de su ser le exigía que caminara hacia allí. Y así hizo.
Un paso, otro más. Izquierda, derecha. La tormenta empeoro en un nuevo arrebato de furia, nieve y frío. Hasta su propio cuerpo parecía pedirle la rendición. La rodilla izquierda flaqueaba, los tobillos parecían que iban a abrirse por completo en cualquier momento. "¡No!", gritó en medio de la soledad que le rodeaba. La única respuesta recibida fue un agudo y polar silbido que parecía dirigido por el mismísimo Eolo.

Los minutos pasaron, y su coraje se imponía a la creciente tormenta y a su debilitado  cuerpo. Cada nuevo latido era un regalo que él aprovechaba. Sí. La luz seguía allí. Igual de parpadeante, de discontinua. Pero igual de esperanzadora.
Ahora sin detenerse, una parte de su cerebro se desprendía del resto llevándole a plantarse cómo había podido llegar hasta donde se encontraba ahora.
"No tengo ni idea. Solo subí al puerto buscando caminar, explorar nuevas rutas, estaba cansado de ir siempre por las mismas. Incluso hasta hacía sol cuando llegué. Empezaron a caer unos copos pero no les hice caso, no me preocupé, me limité a observarlos, pero cuando quise darme cuenta... Mis pies se enterraban en la nieve. Pero sé nunca debo contemplar volver atrás. No es mi estilo. Así que ¡vamos!".

Para cuando su conciencia había vuelto completamente para sí, la titilante luz se había convertido en una pequeña cabaña iluminada por la soledad de una única bombilla.
La estancia era pequeña, y la madera crujía ante las embestidas de una tormenta ahora aún más furiosa por la presa perdida. Al entrar, no pensó en si habría alguien más. Su reacción de nuevo, fue resultado del instinto: se retiró lo que le cubría el rostro y dejó caer el abrigo, como si fuera el pesado yelmo de un soldado medieval exhausto tras la batalla. A continuación, sus piernas dijeron temblaron hasta caer, y su cuerpo le acompañó. Ya en el suelo, buscó algo sobre lo que posar su cabeza y con el abrigo bajo su pelo, los párpados cayeron como una fruta madura llevándole a un profundo sueño.

Cuando despertó, sintió que habían pasado años y que su pelo seria canoso y su rostro estaría arrugado. No fue así, pero si supo que no estaba en la cabaña. Sin embargo sí que se encontraba solo, y sentía su cuerpo rígido y cansado, y su corazón se presentía en un puño.
Quizá, realmente nunca había ido a aquel puerto, nunca había estado a punto de morir. Pero como si lo hubiera vivido: todo aprendido y más fuerte.

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